Dos y dos son cuatro

Temas acerca de todo lo inentendible y lo entendible

luisatounamuna

viernes, febrero 16, 2007

HISTORIA Y MEMORIA

H I S T O R I A Y M E M O R I A

Sí, ya sabemos que la República tuvo sus grietas. Y apesta oír, leer y escribir sobre los mismos hechos luctuosos perpetrados por los dos bandos de la Guerra Civil. Hechos tan ciertos como ya tópicos por lo exasperante de su retranca. Por supuesto, durante la dictadura que subsiguió al famoso Movimiento que acabó con un régimen legalmente constituido, cualquier intento de alusión a los represaliados por el franquismo era impensable. Era imposible rememorar lo decididamente condenado al silencio. Con todo, el pacto, no escrito, de olvidar tales hechos durante la transición fue lo mejor de una Constitución que, ¡afortunadamente!, por la desatinada redacción de su artículo 2º, promovió (en lo tocante a la organización geopolítica del estado) precisamente lo contrario de lo que pretendía. Es decir, facilitó el diseño del Estado de las Autonomías territoriales sin que se rompiera España. [Y en esas estamos, esperando la resolución del Tribunal Constitucional acerca de si el Estatuto Catalán se ajusta, o no, a los postulados de la Carta Magna]
A lo largo de estos años, el referido acuerdo tácito de silencio (de olvido si queréis) ha sido respetado, más o menos, por todos los herederos de los que, en su día, fueron contendientes. Al final, las diferencias de trato, pero sobre todo de destino [¿es que fue legal la condena de los vencidos? ¿dónde están muchos de los cuerpos de los muertos republicanos?] pesaron tanto sobre la conciencia de sus deudos que obligaron a estos a reivindicar la memoria del pasado. “Debemos recordar”, pensaron. Y, sin ánimo de revancha, reclamaron el derecho al recuerdo, poniendo ante los ojos de todos las injusticias y atropellos que, durante la dictadura, sufrieron los suyos. Intentaban así, tal vez, rehabilitar conductas o, al menos, enterrar dignamente sus despojos. Era, y es, un empeño tan razonable, que, a poco, fue aprobado mayoritariamente en el Congreso con la sola excepción de los diputados del PP.

Yo he escrito ya antes sobre lo mismo, aprobando la reivindicación de la memoria del pasado cuando trae al recuerdo sucesos tan dolorosos por su gravedad que dejan marca indeleble en el alma de quienes los sufrieron como testigos. Únicamente estos tienen verdadero derecho a hablar. Pero, ¡ojo! (matizo ahora) sin dejar de tener en cuenta que cada cual sólo puede recordar (son sólo para quien recuerda fiables) los hechos personalmente comprobados (es decir, las propias vivencias). O aceptar (con reticencias) el relato de los vividos por alguien muy de su actual entraña; muy de la hondura de su identidad de pensamiento de hoy. O acatar testimonios históricos irrefutables (como es el de los documentos fedatarios o el silencio acusador de los muertos removidos de las fosas comunes). Poniendo en tela de juicio la veracidad de hechos pretéritos no autentificados que pueden ser objeto de manipulación. Y reservando siempre la cautela a que obliga la fragilidad de la memoria: el que un recuerdo desvaído corresponda a una vivencia cierta de quien lo aduce no garantiza la verdad de lo acontecido.
Las distintas interpretaciones de sucesos no vividos personalmente, sino recibidos y transmitidos oralmente a lo largo de decenios, son el motivo de que se aireen y publiquen diferentes aportaciones (presuntamente históricas) sobre los mismos hechos. Interpretaciones que arriman el ascua a la sardina de la politiquería de cada cual. A mí, que he vivido esa historia, no dejan de sorprenderme ni el relato sesgado de Cesar Vidal (ultraderecha lígrima), ni la perorata fabulada con la que hoy se despacha Pío Moa (de la derecha ultramontana, antes del GRAPO) que no la han vivido.
Lo dicho hasta aquí no pasa de ser una sarta de obviedades de quien suscribe; un lego en historia que acaba criticando (desde su apreciación subjetiva) a un par de personajes muy, muy mediáticos. Pero no sólo sorprenden las singulares interpretaciones que sobre la historia del franquismo difunden estos epígonos de la dictadura. La evidente y discutida correlación entre historia y memoria tal y como es planteada por Santos Juliá en sus declaraciones a EL PAIS de 2 de enero de 2007, no deja de ser menos sorprendente. Aunque es sabido que cuando un especialista en cualquier tema, si, traspasando la frontera irrefutable de las obviedades, entra en un terreno tan resbaladizo y poco conocido como es el de la memoria, se puede esperar cualquier cosa. Y eso es lo que le pasó a Santos Juliá cuando, en su argumentación, dogmatiza a propósito de la discriminación conceptual que cabe hacer entre memoria e Historia sobre la base de que la memoria es subjetiva (individual) y por lo tanto selectiva, mientras que la Historia explica e interpreta objetivamente los hechos. ¡Santo Dios! Mejor que no hubiera aventurado tal ocurrencia, Y veréis por qué

Es claro que, para muchos lectores de EL PAIS, el ilustre historiador es de los que resplandece con luz propia. Por eso le admiramos. Pero esa luz se ha ensombrecido con ocasión de su polémica con Pilar Cáceres sobre historia y memoria. Una polémica que tiene como telón de fondo las anotadas declaraciones. Quizás Cáceres se pasa al rebatirlas con cierto desparpajo suficiente que irrita al historiador. Éste, habitualmente prudente, no asume la solfa. Su mente se ofusca; y no entiende que, aunque parezca paradójico, hasta el más capaz puede recibir una lección del mas inesperado opinante. Antes de que saltase la comentarista, algunos compartimos con ella nuestra discrepancia de esas concretas declaraciones del autor en el peliagudo tema. Cualquier persona culta con sentido común conoce las carencias que -fuera de su campo- tienen los acreditados expertos en cualquier rama de la epistemología (de la historia también). Como conoce la obviedad de que la memoria es subjetiva (y la historia también). Pero no van por ahí los tiros.
Lo que no es de recibo es que, desde la prepotencia que le confiere su prestigio, alguien descalifique a otro/a motejándole de ignorante porque no comulga con sus ideas. Y menos valiéndose del gratuito y umbraliano argumento de que no ha leído a este o a aquel autor. Y (aún peor) de que si lo ha leído no lo ha entendido. Eso ya roza la bajeza. No me cabe duda de que Santos Julia sí ha leído las recientes aportaciones de los neurofisiólogos sobre la corteza límbica del hipocampo y su papel en el hacerse y deshacerse de la memoria. Lo que hace que la postura del historiador me extrañe más. ¡Qué razón tenía LA CODORNIZ titulando una de sus brillantes secciones Hasta el sol tiene manchas! En los viejos tiempos del divertido semanario, nuestro hombre hubiera sido condenado por su delito a pasarse una quincena en la Cárcel de Papel.

PALABRAS Y SILENCIOS

¿Habrá paradoja más rotunda que el juicio de valor, si se plantea, entre la palabra y el silencio?... ¿Entre el hablar y el callar?... ¿Qué es mejor, qué vale más, la catarata de palabras encadenadas en una idea que pretende ser convincente, o el prudente silencio que no hiere?... Esta cuestión, propuesta por alguien que, a lo largo de su vivir, se ha valido del hablar como herramienta de trabajo, no es menos paradójica. Como tampoco lo sería si la propusiesen quienes se dicen (por que se sienten) escritores. Esos que han dejado, y dejan, en sus textos autógrafos o publicados el alimento espiritual del que se nutren los que se deleitan con sus decires: con su poesía, con sus fabulaciones noveladas, con su aportar saberes en todos los campos… Los que no se cansan de esgrimir palabras y eludir el callar. La palabra emitida, la palabra dada a otros sin esperar respuesta es el vehículo básico de la información; la que nos llega escrita -negro sobre blanco- en cartas, periódicos, documentos o libros, u oímos a través de los micrófonos en los discursos o de las ondas en los media audiovisuales.
Pero cabe también la palabra como vehículo de comunicación entre personas. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin el lenguaje, clave de la comprensión? ¿Sin ese diálogo (techo de sabiduría) que es El banquete de Platón? ¿O si Sócrates hubiera intentado hacerse entender enhebrando interminables rosarios de silencios? Y ya está aquí el silencio: el contrapunto de la palabra, que alterna con ella en el diálogo como juego de la comunicación. El silencio como factor de valor dialéctico es ya un clásico: reden ist Silber, schweigen ist Gold (el hablar es plata, pero el silencio es oro), dicen los alemanes; Le silence’est d’or repite René Clair en su film de 1947. La mejor palabra es la que está por decir sentencia nuestro refranero. A los sensatos, a los que van por la vida ateniéndose ante todo a los dictados del sentido común y la razón, estas afirmaciones (que hacen primar el valor del silencio sobre el de las palabras -únicas armas convincentes-) les parecen sorprendentes.
Las reflexiones sobre la gestión del silencio en la comunicación entre personas darían para un largo ensayo. A más bajo rasero, la cuestión depende no sólo de la cultura sino, sobre todo, de la locuacidad o el mutismo esencial de los protagonistas. El lenguaraz (defecto que me coge de lleno), el visceralmente extrovertido, no tiene nada para callado. Y jamás podría (si no aprende y se educa) controlar el silencio. En las conversaciones de quienes mantienen una honda relación convivencial, el toma y daca equilibrado de palabras y silencios debe ser la estrategia ideal, subliminalmente aceptada por ambos interlocutores, para que su unión feliz dure siempre. Una comunicación íntima entre personas exige, además, la confidencialidad a que han de atenerse los secretos compartidos. Lo que equivale a un pacto implícito de otro tipo de silencio. Ese mutismo inocente puede romperse por mil detalles nimios que, si son así, no afectarán a la solidez de la unión. Pero, si se quebranta el silencio para reprochar, puede darse por seguro que la convivencia será imposible; cabe afirmar entonces que la ruptura de la relación es sólo cuestión de tiempo. De aquí que, una suerte infinita, un verdadero privilegio, tiene aquel (excepcionalmente aquella) de cuya pareja, prudente y dulce, ha aprendido el valor de callar a tiempo. Porque, también hay un proverbio que dice: El que mucho habla mucho yerra. Y si es cierto que cada cual es tan esclavo de sus palabras como dueño de sus silencios, no lo es menos que, precisamente por ello, el bien usar las palabras conlleva riesgos. Mientras que en la lisura del convivir, la clave está en el ser dueño del saber y poder callar.

LUIS SANTOS GUTIÉRREZ

viernes, enero 26, 2007

POLÍTICA Y CAUSALIDAD

La indignación hace que la secuencia lineal de unos hechos acaecidos por su orden en el tiempo, se me agolpen en la mente como una madeja enmarañada (como un revoltijo) que no veo modo de desenredar. Y eso que todos esos hechos tienen un motivo; una causalidad que los explica y explica su interconexión. Voy a intentar aclararme rememorando vivencias (¿discutibles?) que hilvanaré tratando de evitar la confusión. No me va a ser fácil. Porque, en este relato, se mejen cuestiones tan dispares como mi propia ideología política [obvia en sí misma para los que me leen] ; el papel de la democracia más prepotente del mundo que, estando delante o detrás de todo cuanto ocurre, al final, desencadenó la guerra de Irak; o como el terrorismo nacionalista de los independentistas (ETA); el terrorismo de fondo religioso de los fundamentalistas islámicos (Al Qaeda); el terrorismo fifty-fifty del IRA; y las otras asonadas violentas puntuales de distinto grado que han salpicado el último decenio de la historia mundial. En el rodar posterior de las cosas, cada oveja en relación causal con su pareja. Aquí se explica todo. (¡Ojo! No se justifica nada!). Así, con el horror de las Torres Gemelas, Bush pagó la venganza de Bin Laden frente a una prepotencia que no sólo atacaba a los países de la media luna cuando a mano venía, sino que los subestimaba. Blair sufrió las tarascadas sangrientas de Londres como precio a su papel de comparsa en las Azores. La risita de Aznar, chico de los recados del trío (de los que se las prometían muy felices pretendiendo cambiar sangre por petróleo) costó a España la matanza del 11-m; y, de carambola, el paso del PP a la oposición. ¿Serán sus miembros tan escurridos de sesera como para no entender una causalidad más clara que el agua? ¿O serán tan miserables como decía Acebes de quienes pensasen que no fue ETA? para luego asegurar que sí intervino la banda en un contubernio auspiciado por el PSOE para cambiar el signo de los comicios. Eso (esa bajeza perversa) sí que no hay quien la entienda. ¡Dios qué personal! Aunque tampoco sería muy difícil de entender para los que hubieran vivido el 11M y los siguientes como los vivió quien esto escribe:
Muy mayorito y harto de politiquerías, ya desde mucho antes, había yo decidido no votar. Al escuchar la noticia del atentado (casi en el momento de producirse), seguro de que era una de las canalladas de ETA, compartí mi perplejidad con la idea de persistir en mi abstención en las urnas. Hasta que, a media mañana, al volver mi mujer del mercado, traía la noticia de la posible autoría de los islamistas. Al día siguiente, no me aparté de la radio. Oí a Acebes llamarme “miserable”. Zapeando en emisoras españolas y extranjeras, en cuarenta y ocho horas llegue al convencimiento de quiénes fueron los verdaderos autores: de que se trataba de una venganza de Al Qaeda (o alguna de sus facciones) contra Aznar valedor de la mortífera guerra de Irak. Nadie llamó a mi móvil; ni mis amigos de izquierdas ni mis familiares de derechas, para coaccionarme. Coherente con mi postura de rechazo a esa guerra injusta, opté entonces por sumarme a los comicios del día 14 y votar al PSOE. Y así lo hice. Y así lo hicieron muchísimos como yo con los que nadie contaba. El PP se encontró con una derrota que superaba a su decencia para asumirla; y, a partir de ahí, las piezas de la vergüenza que subsigue encajan con la precisión de teselas en ese gran puzle que pudiera titularse: “La demonización de Zapatero” para la vuelta del PP al poder. Y la causalidad sigue explicándolo todo. ¿Os acordáis de cuando Felipe incluyó a Alfonso en el “dos por el precio de uno”? Pues así fue. Luego (si no antes) sus desavenencias acabaron con la pareja de hecho. En el principio de la historia de José Luis R.Z., la influencia de Guerra hizo ganar por un voto de diferencia a un desconocido “Bambi”, apeando al candidato mejor colocado: Bono. Un político hecho que, en revancha, dio la espalda a R.Z. cuando este le necesitó. Y hace no mucho, Felipe crucifico al Presidente con la martingala de que “no tiene plan B”. En política, como en la vida (una cadena inexorable de causas y efectos), el que la hace la paga.

En la cadena de causas y efectos en que se resume la política, nada responde a una lógica más aplastante que la vergonzosa conducta del PP al fustigar la postura del Presidente del Gobierno respecto a las cuestiones del terrorismo, del alto el fuego anunciado por ETA y de la ruptura unilateral de esa supuesta tregua.
Ciertamente, todos los terrorismos, todos los hechos violentos, son igual de odiosos. Pero ¡ojo! no iguales en la causalidad de sus fundamentos (aunque, a la postre, todos puedan resultar fundamentalistas). Esto hace que sean distintos los colectivos de víctimas inocentes según hayan sido unos u otros los terroristas responsables. Y todo se sigue explicando. Pero aquí, la diferencia está en la connotación política con la que se distingue a esas víctimas. Para el PP sólo tienen categoría de víctimas honorables las causadas por ETA (las abanderadas por Alcaraz); en cambio, a las víctimas del 11m (agrupadas junto a Pilar Manjón) las consideran víctimas espurias (para los extremistas de la derecha, victimas teñidas de un rojo no de sangre sino de política). Y se entiende que piensen así. Porque, los que gobernaban con Aznar están convencidos de que, todavía hoy, seguirían atornillados a la Moncloa si la matanza de la estación de Atocha, en vez de por los vengadores de la guerra de Irak, hubiese sido perpetrada por ETA. Para ellos, [y para todos los que no sean insensatos] las víctimas de los islamitas están en la causalidad que les llevó al infierno de la oposición. Un infierno peor que el de Dante. Una condena que les resulta imposible de soportar. Mirad, todo esto es tan así, que lo que despertó mi indignación, obligándome a escribir este artículo, fue el escuchar precisamente a Pilar Manjón, deshecha en lágrimas, denunciar el acoso de algunos incontrolados descerebrados de la caverna. Los que, no contentándose con garrapatear su casa con pinturas obscenas, la hacen oír las más pérfidas palabras que gritarse puedan: “deja ya de lamentarte ¡puta! que por cuatro muertos de mierda nos habéis llevado a la oposición”. ¿Habrán escuchado esto los obispos que, con su silencio, cohonestan lindezas poco menos burdas emitidas desde donde todos sabéis? En este denostar a las víctimas, en este despreciar y mofarse de los caídos, esa facción ultra de la derecha calca la mezquindad de los etarras cuando brindan con champán francés para festejar la muerte de los que asesinan. Esto sí que es un argumento. Y no la mendacidaz gratuita de quienes siembran la especie del contubernio del 11m, hermanando la conducta de un buen hombre que peca de candor (R.Z.) con el avieso proceder de ETA. Eso sí que es maldad…
Y volvemos a la causalidad. A la que explica la coherencia de Rajoy con su torpe modo de obrar desde que, pasado el 14m (que le cerró las puertas de la Moncloa) vive la congoja agridulce de lo que ahora es su único fin: volver al cielo. Y hace lo que hace (con una agresividad tan ostentosa como su cara de “mal huele”) porque entiende que ese fin sólo será viable si tiene como causa la defenestración del presidente del Gobierno. La demonización de todos y cada uno de los pasos que, con su mejor voluntad (errando alguna vez) ha dado J.L.R.Z. ha sido, y será, la pauta ineludible del registrador gallego si quiere llegar a buen puerto. El primero de esos pasos fue la proa que puso al apoyo de Zapatero a la organización estatutaria de las Autonomías. Se romperá España, decía Rajoy; la Constitución dejará de regir nuestros destinos. No se ha roto nada. Y la Carta Magna, con su horrible redacción del Artículo 2, sigue ahí.
Me estoy imaginando la sonrisa de uno de mis colegas, columnista de este periódico, cuando el jefe del PP bendijo en el preámbulo del Estatuto de Andalucía (autonomía controlada por el PSOE) la afirmación de que dicha comunidad es una realidad nacional. Ver para creer, que decía en su último artículo José Luis Jiménez Lago.

Nuestro presidente, por serlo, se ha visto y se ve necesariamente implicado en cuantos hechos tienen que ver con el terrorismo. Y, como se ha visto, si se tiene en cuenta la actitud de Rajoy desde que el PP pasó a la oposición, sea cual sea la postura de Zapatero, este será despiadadamente criticado.
El hecho de que haya dos grupos de víctimas del terrorismo lleva a que, una manifestación de repulsa antiterrorista promovida por el grupo de Alcaraz se entiende como un espectáculo en el que subyace un mensaje de rechazo a Zapatero; mientras que, no necesariamente, una movilización de masas auspiciada por el grupo de Pilar Manjón ha de conllevar un matiz anti PP. Tan es así, que en la manifestación convocada por las víctimas del 11m y los sindicatos para protestar por la bomba de ETA en la T4 de Barajas, Rajoy, que no se daba por aludido, exigió la inclusión del término libertad en el eslogan de las pancartas como condición para la asistencia del PP. Los convocantes aceptaron la exigencia; y Rajoy, con su ausencia, demostró lo que es. Y puso una vez más en evidencia que no le importa poner en un plato de la balanza la sangre de las víctimas caídas y en el otro el electoralismo de los votos al caer. Es decir, la más soez de las vergüenzas de un comportamiento político.
En el mundo hubo siempre facciones de terroristas de uno u otro signo. Pero no ha habido ninguna estrategia eficaz contra el terror que no pasase por comerse el sapo del diálogo entre el poder legalmente constituido y representantes de los asesinos. Ahí está el elocuente caso del Ulster (con bombas intercaladas incluidas). Mirándose es ese espejo, Aznar optó por la misma táctica que ahora intenta Zapatero; sin que ninguno de sus serviles ministros apuntase la menor reticencia contra la decisión de su “señorito”. Pero, hay que ver qué cosas terribles [que viene de terror] ha dicho Rajoy de Zapatero porque este ha albergado la misma esperanza que motivó al expresidente ultraconservador. Recordad que el éxito del Ulster se logró también tras la andadura de varios presidentes.
Personalmente, desconfiando de los descerebrados de ETA hasta el infinito, esa esperanza era para mí infinitesimal. Pero, aún así, creí, y creo, que la obligación del presidente era, y sigue siendo, jugar esa baza.
Por desgracia la bomba de Barajas acabó con la discutida tregua. Y dio paso a los malévolos comentarios del PP a propósito del lapsus de Zapatero cuando este tildó de accidente (a micrófono cerrado) el terrible suceso. (Ya conocéis la sucia manera de la difusión de ese dato).Y, pienso yo: a lo mejor no fue un lapsus. Y lo creo así porque argumento con la única arma que manejo: el lenguaje. ¿O no es mejor la verdad del recto decir que el falso trágala de lo políticamente correcto? Porque, lo relevante del atentado de la T-4 (lo que le hace distinto de los otros muchos de ETA en los últimos tres años) es que dos personas en la flor de la vida murieron. Los jueces saben bien que no fueron asesinados. ETA preavisó con la antelación habitual en un intento, fracasado, de evitar muertes. Los altavoces difundieron que la bomba estallaría y a qué hora. El parking fue desalojado. Pero los jóvenes, profundamente dormidos en sus vehículos, no oyeron el aviso. Cabe aceptar, entonces, que el episodio de los dos ecuatorianos fue, desgraciadamente, accidental. Lo que no quita ni un ápice a la gravedad del atentado. Un hecho odioso, intencionalmente provocado, de cuyas mortíferas consecuencias posibles eran muy conscientes los etarras.
Ojalá que esta sea no una bomba más de la cadena del terror sino la última bomba (la última violencia) de la banda. Que a Rajoy, el lenguaraz, si alguna vez llega a la Moncloa, ya no le pongan bombas. Aunque los miopes no lo vean, en conseguirlo es en lo que está precisamente empeñado Zapatero.

domingo, julio 09, 2006

EUREKISMO

Cuando Arquímedes lanzó su eureka! (lo encontré!) dio pie a la denominación de un nuevo "ismo" o movimiento artístico del siglo XX, ligado al recurso de algunos pintores y escultores a ciertos "modos informales", técnicamente más fáciles, conceptualmente más simples y, en términos generales, menos complicados que los "formales" anteriores a las vanguardias. Modos encuadrables en lo que por ello pudiera llamarse eurekismo. Se trata de un quehacer reiterativo (repetitivo en lo que atañe a temas y técnica) que representa uno de los "ismos" más rentables de la historia del arte contemporáneo. Porque aparentemente, a primera vista, es difícilmente separable del puro oportunismo en el aprovechamiento de un filón encontrado ("eureka") tras el surgir espontáneo de una feliz idea. En el eurekismo es patente la facilidad de un hacer creativo de contenido informal, frente a la morosidad en la lucha siempre nueva, distinta, infinitamente diversa y ardua con la composición, con los materiales, con los colores, con las masas moldeables o fusibles, o las piedras a desbastar por talla directa, de los pintores y/o escultores del arte de todos los tiempos.
Hasta la irrupción de las vanguardias, la pintura y escultura eran, para los artistas, menesteres difíciles cuyos logros, si cuajaban, subyugaban en una medida que poco tenía que ver con el efectismo de las obras eurekistas.
En el eurekismo, una vez brotada la feliz idea (descubierto el "filón") todo se reduce a jugar con pocos elementos, siempre los mismos elementos, combinados de forma tan poco variable, que el resultado termina limitándose a una repetición "en serie" de productos prácticamente clónicos. ¡Pero, qué asombroso efecto!
Dentro del eurekismo, los representantes que han adquirido la categoría de mito son Miró (por encima de todos), Tapies, Millares y Feito -entre los pintores- y Calder, Chillida y Gabino entre los escultores. Giacometti es un eurekista no flagrante.
En Calder es siempre el mismo equilibrio pendular, lábil y móvil, entre elementos aparentemente ingrávidos.
En Chillida son siempre las mismas robustas masas de volumen contundente, alargadas, de sección cuadrangular, alabeadas, torsionadas o dicotomizadas.
En Amadeo Gabino son siempre las mismas placas imbricadas, de bordes suavemente curvos, generalmente remachadas (o soldadas) configurando planos o poliedros idénticos a sí mismos.
En Miró es siempre el mismo mundo onírico de ingenuismo lineal, acorpóreo, carente de medias tintas, monotemático y paucicromático (utilizando siempre, muy puros, los colores básicos del parchís). El caso de Miró es una buena prueba de que el eurekismo no excluye la genialidad.
Son variaciones sobre una misma esfumatura (Zobel), sobre una misma ortolinealidad (Mondrian), sobre un mismo caos (Kandinsky) o sobre una misma burla (Tapies).
La uniformidad de los modos que se traduce en la uniformidad -en la singularidad- de los efectos logrados, permite la instantánea identificación del autor (las obras eurekistas son morfognomónicas). Y así, a cada obra eurekista le va como anillo al dedo el ingenuo dicho salmantino de "viste Frades, viste los demás lugares". Si has visto un Miró, puedes asegurar que has visto todos los infinitos clones de Miró; si has visto un Chillida, viste todos los Chillida; si has contemplado alguna vez algún Gabino, son todos los Gabinos los que viste en esa sola ojeada.

viernes, junio 30, 2006

LO HEURÍSTICO VERSUS LO GNOMÓNICO

El término heurístico viene del griego heurisco = encontrar. Es la raíz del ¡Eureka! (¡lo encontré!) de Arquímedes cuando, bañándose, intuyó su famoso principio:"todo cuerpo sumergido en un fluido más denso que él experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado". Arquímedes generalizó y elevó a ley su experiencia personal.
El "encontrar" impremeditadamente el camino (o algo) sin buscarlo, sin seguir pasos lógicos, (o sea, sin nada que ver con "las reglas de la Aritmética") es un logro no pautado, ligado más bien a un hecho aleatorio puntual que motiva en un observador sagaz la intuición de una "feliz idea". Sólo los genios son luego capaces de desarrollar creativamente esa intuición. En el paso de lo particular a lo general o, lo que es lo mismo, en la generalización de hechos puntuales de observación a verdades universales está la clave del método científico de inducción trabado con el proceder heurístico.
Por el contrario, del proceder algorítmico sí que puede decirse que sigue los pasos reglados de la Aritmética. De hecho, el edificio de las Matemáticas se construye sobre algoritmos: desde los elementales algoritmos de la suma, la resta, la multiplicación, etc. (asequibles a los niños de escuela) hasta el cálculo diferencial o los enrevesados algoritmos de la mecánica cuántica (que muchos matemáticos avezados confiesan no entender).
Algoritmo es cada una de las correlaciones (aritméticas o algebraicas) entre números, ligados entre sí por uno u otro de los signos propios de la correspondiente operación; es decir por los signos +, -, x, :, , , etc. de la suma, resta, etc. Es natural que, en principio, los problemas matemáticos se resuelvan recurriendo al proceder algorítmico: una secuencia de pasos contados (determinados), basados en la deducción lógica que, llevados con rigor, conducen necesariamente al éxito. Dicho en otras palabras, las soluciones algorítmicas son lógicamente necesarias: si A es mayor que B, y B es mayor que C, lógicamente A será mayor que C. El proceder algorítmico coincide así con los pasos del método científico deductivo.
Se perfilan por lo tanto dos tipos de pensamiento; o mejor, dos modos (no excluyentes entre sí) de abordar y resolver cuestiones diversas: el heurístico y el algorítmico. El primero, que da más opciones a la libertad creadora personal (al azar, a lo imprevisto) no está rígidamente hipotecado por el método o pauta -por el seguir unos pasos contados-. Útil también para resolver problemas matemáticos, permite eventualmente saltarse etapas o introducir cambios que, de ser eficaces, posibilitan una solución más rápida. Aventura conductas nuevas que si de un lado presagian logros felices, de otro no excluyen la posibilidad del fracaso, El algorítmico, en cambio, a pesar de la rigidez de ser un proceder "cuadriculado", al no dejar al albur ni uno sólo de los pasos que conducen al resultado final, es un método más seguro.
En las últimas décadas, la informática se ha revelado como el campo de acción ideal para la intuición heurística. Antes, cuando aparecieron los primeros ordenadores personales de "piñón fijo", sin versatilidad ni potencia, los tanteos iniciales de los usuarios, pautados por la rigidez de los horriblemente traducidos manuales de instrucciones, eran inevitablemente algorítmicos: paso concreto tras paso concreto; y ay! si "picabas" por error la tecla que no era. Ahora, con miras a seducir a un mercado que genera ganancias colosales, potentísimos superordenadores, para llevar a buen fin cada una de sus cada vez mas numerosas funciones, permiten que el usuario opte, según su intuición, entre varios caminos posibles. Al diablo con el viejo proceder algorítmico de los rígidos "pasos contados". ¡Eureka! por la posibilidad de la creatividad heurística que permite ahorrar mucho tiempo -y el tiempo es oro-, si la intuición fue buena.
La diatriba entre lo algorítmico y lo heurístico está hoy de moda; y es aplicable en casi todos los campos de la actividad humana moderna. Vaya un último ejemplo a propósito de la ética médica que me toca de cerca. El proceso pautado que conduce al diagnóstico de las enfermedades y a su solución terapéutica sigue, en términos generales, los caminos del proceder algorítmico. Pero el ser capaz de evitar la angustia (un dolor que es del alma) que genera en el enfermo una relación áspera con su médico, requiere la intuición, sensibilidad y lisura que están en las antípodas de lo algorítmico. Indigna la desazón de familias que salen acongojadas de una consulta en la que el galeno (duro y cortante) informa sobre un problema grave utilizando no palabras balsámicas, sino coces. Ignorante de que el tacto heurístico es el mejor remedio que se puede administrar al que sufre.
En su pensar, en su argumentar, en su conducirse, cada persona es proclive ya a lo heurístico, ya a lo algorítmico. Sólo los más avispados son capaces de compatibilizar ambos métodos cuando se trata de hacer más rentables sus empeños. Dichosos ellos. (De mí, dice uno de mis hijos que soy rabiosamente algorítmico. Y él sabe de eso).

domingo, junio 25, 2006

ENTENDIMIENTO DE LO GNOMÓNICO

De entre todos los enunciados del Diccionario de la Lengua tal vez el único que conlleva el lexema gnomónico sea patognomónico. En semiología médica, un síntoma clínico (en definitiva un signo) es "patognomónico" cuando, como dice el diccionario: "es específico de determinada enfemedad a la que caracteriza o define". Así, un síntoma es patognomónico si permite la identificación (el diagnóstico) de una enfermedad con carácter excluyente. Sólo esa enfermedad presenta tal síntoma (que excluye la posibilidad de que trate de otra).
Las anteriores consideraciones nos han inducido a proponer la razonable extensión de lo gnomónico como concepto aplicable a cualquier signo que, con carácter excluyente, posibilite la identificación inequívoca de un aspecto concreto. Aclarando, sería gnomónico, con carácter general, todo signo (cualquier dato) que fundamente el reconocimiento seguro de determinado referente: un sujeto, un autor, una fecha, un hecho, etc. etc. Dicho de otra forma, lo gnomónico permite identificar con exclusividad lo que "pertenece a..." (y sólo a...); lo que es "propio de..." (y sólo de...); lo que tipifica, caracterizaa o es propio de "algo"; es decir, lo que equivale a sentar, achacar o hacer una atribución inequívoca. Con tal criterio, se podría etiquetar de cronognomónico el dato analítico del carbono 14 que permite precisar sin margen de error la antigüedad de un fósil o de cualquier otro vestigio arqueológico.
Pero, en un orden parecido de cosas, cabría también proponer que los datos o signos gnomónicos pudieran matizarse con prefijos varios que, en vez de aludir (como en los casos anteriores) al referente que identifican, aludan a la índole del signo. O, por mejor decir, de manera que el prefijo que precede al término gnomónico tenga que ver con la índole de la imagen sígnica percibida por uno u otro de los órganos de los sentidos.
Es claro que esas imágenes sígnicas pueden captarse:
1.- como datos de forma (morphos) o configuración, perceptibles visualmente.
2.- como datos audibles, captados por el oído.
3.- como datos ósmicos, perceptibles por el olfato.
4.- como datos de configuración, reconocibles por el tacto.
De acuerdo con tal criterio, cuando algun signo encuadrable en dichos grupos permita una identificación inequívoca, tendría que ser, respectivamente, adjetivado de: morfognomónico, (un retrato fotográfico), audiognomónico (la voz inconfundible de aquellos con quienes convives), osmiognomónico (el olor sui generis de cada flor), estereognomónico (el tacto que identifica si una superficie es plana o alabeada), etc., etc.
Y cabe la posibilidad de que un mismo signo gnomónico sea matizado con prefijos diferentes, según se aplique uno u otro de los criterios antes apuntados. Dentro del campo de la Medicina, por ejemplo, el soplo sistólico que se oye auscultando la punta del corazón y que es característico de la estenosis mitral, es un signo patognomónico porque permite diagnosticar sin ningún género de dudas, la patología responsable, y audiognomónico atendiendo a su percibirse por el sentido del oído.
Son innumerables los tipos de correlación entre un signo gnomónico y el referente al que delata con carácter exclusivo. Como más frecuentes cabe anotar la correlación:
a) de autor (el grafismo de una firma, el responsable de un texto o de una obra de arte gnomónicamente significativa...etc.)
b) de causa a efecto (la percusión de la tecla "do" en el piano produce el efecto audible correspondiente a su tono.)
c) de identidad (una fotografía respecto al sujeto retratado)
d) de rasgo característico (las huellas dactilares como signo morfognomónico o el timbre de voz como audiognomónico).
La interpretación de signos gnomónicamente excluyentes es unas veces tan fácil y directa como la comprobacción de un retrato fotográfico, el reconocimiento, por teléfono, de una voz inconfundible, o la de los políticos a los que se escucha unos pocos segundos a través de la radio. Otras veces, hay que recurrir a la alta tecnología. Por ejemplo, merced a la digitalización de las imágenes de signos gnomónicos gráficos o de audio y el subsiguiente tratamiento informático, se puede identificar la autoría de pruebas manuscritas, o la de voces captadas por uno u otro de los sistemas rutinarios, con el mismo rigor con que se identifica a un delincuente analizando sus huellas dactilares, se datan hechos o datos recurriendo al análisis del carbono 14 o se excluye una paternidad investigando el A.D.N. del sospechoso. En esos como en infinidad de otros casos queda patente el valor sígnico de lo gnomónico.

Las anteriores especulaciones, abordando desde el diletantismo lo postulado con mayor rigor por semiólogos avezados, alertan de que no sólo las imágenes visuales nuclean el contenido de la semiología. La multiplicidad sensorial de los datos de percepción traducibles a signos expande ese contenido a vastos campos que trascienden a su primitivo limitado concepto. La semiología se traba así con la globalización de la intercomunicación. Y, desde ese punto de vista, pudiera definirse no como la ciencia de los signos, sino como la ciencia del entendimiento sígnico de la convivencia.

sábado, junio 24, 2006

FORMAS

He aquí una reflexión supersimplista sobre lo que son los entes básicos (el substratum) de las artes plásticas.
1. Formas naturales. Las que, no manipuladas por la actividad humana, configuran los seres y objetos del universo. [y entre ellos los de la Tierra, que son los que tenemos más a mano] En resumen, las de los elementos de los mundos animal, vegetal y mineral. Las formas naturales imitan a veces a las formas creadas por el ingenio humano (como los paracaídas de la gruta de Aracena) o replican otras formas naturales (como los falos gigantes de esa misma gruta).
2. Formas geométricas. Las que son objeto de esa rama de las matemáticas. [Algunas de ellas presentes en la naturaleza;como el círculo de la luna llena o los polígonos de los sólidos geológicos cristalizados]
3. Formas manufacturadas. Las hechas directamente a mano (como las esculturas modeladas en barro por el artista); o con el auxilio de una herramienta elemental (como las tallas que realiza el pastor a punta de navaja).
4. Formas industriales. Las que salen acabadas de las fábricas tras un proceso más o menos complicado de diseño y montaje de partes (como son los mil y un artilugios imprescindibles en la vida moderna: cosas utilitarias u ornamentales, vehículos, aparatos electrodomésticos, etc.)
5. Formas mixtas. Las que resultan de la combinación de algunas de las anteriores (como los edificios o partes de los mismos: las fachadas, los tabiques o el alicatado de los cuartos de baño son manufacturados por los obreros utilizando productos industriales).

viernes, junio 16, 2006

BIBLIA,POESÍA Y RETÓRICA

Biblia, poesía y retórica, se valen de diferentes géneros o modos de lenguaje de acuerdo con los contenido de su materia, sus fines y, en definitiva, con el tipo de mensaje que, al expresarse, emiten. Son modalidades de lenguaje parejas a las que, en su ámbito, utiliza el arte.
El lenguaje bíblico tiene que ver con la confusa intrahistoria que narra las relaciones del Sumo Hacedor, Dios único, con el género humano creado por Él. Sorprendentemente, el Antiguo Testamento es un capítulo común en la historia de las tres grandes religiones monoteístas. En cambio, el Nuevo Testamento, difundido sobre todo en el mundo convencionalmente considerado como “occidental”, recoge ya sólo la historia de Jesús y su estela sólo compartida por los cristianos.
En todo caso, el lenguaje religioso, precisamente por versar tanto sobre la divinidad como sobre el destino eterno de la grey humana, está penetrado de trascendencia . Pero no sólo. Por el hecho de que muchos de sus pasajes plantean conflicto de entendimiento a la luz de la razón [algunos de ellos son prácticamente ininteligibles] el lenguaje bíblico es, además, necesariamente oscuro y críptico. Tan misterioso y confuso (ya que relata misterios) que requiere la interpretación [hermenéutica] de los textos sagrados a cargo de especialistas en la materia. Tan difícil de entender para lectores de cultura media como es muchas veces mi propio rebuscado lenguaje. Parafraseando el orden de cosas, pudiera hablarse de lenguaje abstracto en un sentido similar al utilizado para adjetivar a una de las modalidades de la pintura de vanguardia. Esa pintura en la que no figura un referente identificable y entendible. Ese referente que intentan encontrar a toda costa (siempre sin éxito) quienes se enfrentan con un cuadro abstracto.
Las concomitancias de misterio entre el lenguaje bíblico y el del arte abstracto se dan también con ese tipo de versos postmodernos que resultan así mismo, tras leerlos, incomprensibles. Como los de José Mª Álvarez, Sánchez Robayna, Jaime Siles o los del mismo Valente. Y que no es que sean inentendibles por cuestiones de forma (por su asonancia, su burla de la rima o su desprecio de la métrica) sino por su buscado trasfondo en el que el referente es sólo eso: pura poesia. Pero una poesía que arrebata. [Como ocurre con el referente de la pintura abstracta que no es sino la simple creación inentendible] Ved si no en los ejemplos de Siles: “Nieve partida en piélago escarlata/ qué ritmo, rama o remo/ abre la noche de tu mano en dos”. O el de Sánchez Robayna : “La pizarra/ el cuerpo que sujeta el lápiz/ sobre la espuma/ tromba inversa en el verano de hojas)/ sol/ nada/ esta espuma”... Lo que tampoco entiendo es el por qué quienes dominan la lírica han enmarcado versos de ese jaez dentro de la poesía simbólica o en el de la poesía del silencio. Con lo fácil que hubiera sido encasillarlos sencillamente en el cajón de sastre de poesía abstracta. Precisamente en este orden de cosas, se me ocurre pensar que en su parentesco con el misterio de los escritos sagrados, el lenguaje de la poesía abstracta ha sustituido la trascendencia de aquella por el más asequible mensaje de una estética que subyuga. Ha cambiado fondo denso que inquieta por forma bella que enhechiza.
Como género del lenguaje, la retórica está a la mitad del camino entre el relato bíblico y el relato poético. O sea, lejos de la trascendencia del primero y sin alcanzar la alada belleza del segundo. La principal característica del lenguaje teológico es la profundidad; tan insondable que resulta inaccesible. En cambio, en la poesía abstracta las palabras levitan en su intento de ser cautivadoras. En la retórica (la hermana menor del trío de gracias) detrás de un artificioso chisporroteo literario que aspira a la singularidad, sólo refulge su delgadísima envoltura. Y eso es tan así, que de Paco Umbral, el juntapalabras mas reconocido por amigos y enemigos como supremo oráculo de la retórica, no sería esta la primera vez que digo que, si por algo, con razón, destaca, es por la profunda hondura de su superficialidad.
Volviendo al principio, es decir, a las sutilezas que comparten los géneros del lenguaje con los pictóricos, estoy por asegurar que la retórica es a la literatura lo que el manierismo es a la pintura. [Y ya estoy viendo la cara de mal huele -quizás más de desprecio- que estarían poniendo los filólogos si esto leyesen; escandalizados de que un inepto transite sus olímpicos terrenos. Aunque a algunos, mi osadía podría incluso aportarles un idea; ya que, especialistas consumados como son, están ya en ese límite de que lo saben todo sobre nada (y ahora soy yo el que duda de su capacidad para entender un concepto matemático tan excelso como el de límite. -Tendrían que conocer a Zenón de Elea-)] Sea como sea, a mí, personalmente, la retórica me recuerda los artificiosos recursos del manierismo con lo que ello comporta de amaneramiento (sirva la redundancia). Pero, si pienso que a un genio de mi predilección como es El Greco se le tilda de manierista, mejor me callo antes de aventurarme en laberintos que, la verdad, no me competen.