Dos y dos son cuatro

Temas acerca de todo lo inentendible y lo entendible

luisatounamuna

viernes, febrero 16, 2007

PALABRAS Y SILENCIOS

¿Habrá paradoja más rotunda que el juicio de valor, si se plantea, entre la palabra y el silencio?... ¿Entre el hablar y el callar?... ¿Qué es mejor, qué vale más, la catarata de palabras encadenadas en una idea que pretende ser convincente, o el prudente silencio que no hiere?... Esta cuestión, propuesta por alguien que, a lo largo de su vivir, se ha valido del hablar como herramienta de trabajo, no es menos paradójica. Como tampoco lo sería si la propusiesen quienes se dicen (por que se sienten) escritores. Esos que han dejado, y dejan, en sus textos autógrafos o publicados el alimento espiritual del que se nutren los que se deleitan con sus decires: con su poesía, con sus fabulaciones noveladas, con su aportar saberes en todos los campos… Los que no se cansan de esgrimir palabras y eludir el callar. La palabra emitida, la palabra dada a otros sin esperar respuesta es el vehículo básico de la información; la que nos llega escrita -negro sobre blanco- en cartas, periódicos, documentos o libros, u oímos a través de los micrófonos en los discursos o de las ondas en los media audiovisuales.
Pero cabe también la palabra como vehículo de comunicación entre personas. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin el lenguaje, clave de la comprensión? ¿Sin ese diálogo (techo de sabiduría) que es El banquete de Platón? ¿O si Sócrates hubiera intentado hacerse entender enhebrando interminables rosarios de silencios? Y ya está aquí el silencio: el contrapunto de la palabra, que alterna con ella en el diálogo como juego de la comunicación. El silencio como factor de valor dialéctico es ya un clásico: reden ist Silber, schweigen ist Gold (el hablar es plata, pero el silencio es oro), dicen los alemanes; Le silence’est d’or repite René Clair en su film de 1947. La mejor palabra es la que está por decir sentencia nuestro refranero. A los sensatos, a los que van por la vida ateniéndose ante todo a los dictados del sentido común y la razón, estas afirmaciones (que hacen primar el valor del silencio sobre el de las palabras -únicas armas convincentes-) les parecen sorprendentes.
Las reflexiones sobre la gestión del silencio en la comunicación entre personas darían para un largo ensayo. A más bajo rasero, la cuestión depende no sólo de la cultura sino, sobre todo, de la locuacidad o el mutismo esencial de los protagonistas. El lenguaraz (defecto que me coge de lleno), el visceralmente extrovertido, no tiene nada para callado. Y jamás podría (si no aprende y se educa) controlar el silencio. En las conversaciones de quienes mantienen una honda relación convivencial, el toma y daca equilibrado de palabras y silencios debe ser la estrategia ideal, subliminalmente aceptada por ambos interlocutores, para que su unión feliz dure siempre. Una comunicación íntima entre personas exige, además, la confidencialidad a que han de atenerse los secretos compartidos. Lo que equivale a un pacto implícito de otro tipo de silencio. Ese mutismo inocente puede romperse por mil detalles nimios que, si son así, no afectarán a la solidez de la unión. Pero, si se quebranta el silencio para reprochar, puede darse por seguro que la convivencia será imposible; cabe afirmar entonces que la ruptura de la relación es sólo cuestión de tiempo. De aquí que, una suerte infinita, un verdadero privilegio, tiene aquel (excepcionalmente aquella) de cuya pareja, prudente y dulce, ha aprendido el valor de callar a tiempo. Porque, también hay un proverbio que dice: El que mucho habla mucho yerra. Y si es cierto que cada cual es tan esclavo de sus palabras como dueño de sus silencios, no lo es menos que, precisamente por ello, el bien usar las palabras conlleva riesgos. Mientras que en la lisura del convivir, la clave está en el ser dueño del saber y poder callar.

LUIS SANTOS GUTIÉRREZ