Dos y dos son cuatro

Temas acerca de todo lo inentendible y lo entendible

luisatounamuna

lunes, mayo 22, 2006

ACLARACIÓN

No por otra razón que el estarme cayendo de viejo [si lo demoran más no sé que hubiera sido] la revista colegial SALAMANCA MÉDICA me hizo la entrevista que reproduzco. Y, lo hago, no por presunción, sino para que los posibles visitadores de este blog no se llamen a engaño acerca de quien se solapa tras el pretencioso título de GNOMÓNICO. Ahí va:

"Bohemio, soñador, curioso por saber, anárquico, quijote, librepensador..., ¿cuál es tu mejor definición?
Acepto todos esos calificativos, pero pienso que aún falta alguno.

Esa pasión por Unamuno, ¿qué ha tenido que ver en tu vida?
Mi pasión por Unamuno (no diría yo tanto) fue anterior a mi matrimonio con su nieta; y ha sido uno de los estímulos que han espoleado mi toma de postura frente a muchas injusticias. De hecho, la lectura de La vida de Don Quijote y Sancho fue en mis años jóvenes mi libro de cabecera.

¿Cuál es el porqué de tu preocupación por la injusticia?
Nadie conoce el porqué de sus inclinaciones. Creo que eso es algo innato. Soy, de hecho, bastante determinista y, lo quiera o no, me preocupan esos aspectos; como a otros les preocupa Ronaldihno, Kate Moss o el golf.

¿En qué medida has conseguido reducir esas injusticias? A pesar de todo lo que intento, obviamente en una medida muy parca; porque aunque hubiera donado todo cuanto tengo y hubiese consumido mi vida dándome a los demás en un país del cuarto mundo, esa entrega hubiera sido una molécula ante las necesidades que plantea el desigual reparto de prebendas.

¿Sentirte un privilegiado te ha traído por la calle de la amargura?
No lo sabes tú bien. Tal ha sido la causa de mi pensamiento político y de mi entibiamiento religioso.

Tras esa apariencia desaliñada, ¿quién se esconde?
Yo mismo. O sea, Luis Santos Gutiérrez en su mismidad. Una persona como otra cualquiera.

La barba, ¿es signo de algo?
Cuando era mozo y me hacían esa pregunta siempre respondía: “me la dejo, porque se la dejaron tres personajes que han dejado en mí honda huella, Jesucristo, don Carlos Marx y don Miguel de Unamuno”. Y cuando ahora, ya de vuelta de muchas cosas, me dicen que por qué no me la afeito (que parecería más joven) contesto: “No, coño, que se me verían los papos”.

Dices que nunca llevaste corbata, que siempre estuviste al lado de alumnos y bedeles, alejado de formalismos universitarios…, ¿fuiste siempre un rebelde?
Sí, siempre fui un rebelde. Un rebelde raro (por no decir pintoresco), anárquico, que usaba bata de ayudante (abierta atrás) y no de profesor (abierta por delante y con solapas), iba a los sitios en moto e intimaba con el personal de servicios. No sé si todavía ahora, pero en el siglo pasado, el día de San Pedro (patrono de los porteros y similares), los conserjes, bedeles y limpiadoras de la Facultad de Medicina celebraban una comilona en figón de “El mosquito” (en las afueras de San Bernardo). Y ¿Quién te parece a ti que era el único profesor invitado…? Pues, el rebelde.
En cuanto a lo de la corbata, es cierto; pero sin fundamentalismos. Si la ocasión lo requiere, me pongo no solo la corbata sino lo que haga falta; el resto de mis abalorios (“lo bueno”, vamos) y salgo hecho un pincel.


¿Tu filosofía de vida?
Estaría en el superar la ecuación cristiana de “al prójimo como a ti mismo”. El desideratum, incumplible, sería “al prójimo más que a ti mismo”. Pero ocurre que una cosa es predicar y otra dar trigo. Los principios que rigen los comportamientos de una vida honesta son universales y referirse a ellos puntualmente sería relatar una sarta de tópicos. Mis hijos, como los hijos de cualquiera, pensaban que mi machaconería insistiendo en que había que “hincarla” para llegar a ser gente de provecho era una cosa que se me había ocurrido a mí. Que eran “mis esquemas”. De que pensar así era una estupidez mayúscula se percatan ahora que (habiendo seguido, algunos a regañadientes, mis consejos) tienen su trabajo y sus propios hijos. Todos son funcionarios y ninguno drogadicto (creo). En estos tiempos, parece un milagro. Y eso es lo que me hace preguntarme: ¿a ver si va a ser verdad que hay Dios?... [Aunque me entristece pensar en los que no gozan de ese privilegio]

Con 83 años, ¿qué queda de aquel joven tan inquieto en todos los sentidos?
Queda todo. Más que todo, diría. Porque ahora soy millonario en recuerdos. Acabo de renovar el carné de conducir y todavía se me alegra la pajarilla al adelantar a algún manazas. Naturalmente, tengo menos energía física. Y nada de la química. Algo de memoria he perdido y no soy tan lúcido en mis juicios, como hace años.

Tu beligerancia llevada al plano político, ¿en qué se traduce?
No sé si sabes lo que significa beligerancia (participación en una lucha). Yo no soy beligerante, porque odio la violencia. Como ser humano tengo mucho de conservador; y el conservadurismo tiene, también, sus cosas buenas. Pero, ideológicamente estoy atrapado por la causa de la izquierda, que me parece que es la que se acerca más a las parábolas del Jesusito de mi vida de cuando era niño. Y hablo de Jesucristo, no de la Iglesia y su organización jerárquica; tan escandalizadora, con la Rota y esos sacacuartos abominables.

Para matizar, cuando hablaba de beligerancia me refería a ese inconformismo, a esa búsqueda constante de respuestas que se desprende de tu persona. Pero veo que en política lo tienes claro. No insistiré.

¿Y en el plano religioso o de las creencias?
Cuando eres niño y no tienes la personalidad formada te lo crees todo. Al llegar a la juventud lo crees con fe de carbonero, es decir, una fe de asentimiento (una fe que no depende de ti, que te es dada, que es gracia), que no responde a una creencia racional. Si la pierdes, es Dios el que te la quita. [Tal vez porque no te la mereces] Hasta la Iglesia, a pasos nanométricos, se va desdiciendo de algunos de sus principios. Juan Pablo II ponía ya al infierno en tela de juicio. Y ha perdido perdón a Galileo. ¿Cómo no iba a claudicar yo, un rebelde? A mí me pasa un poco lo que al cura de San Manuel Bueno Mártir. Pero, pensando en la sabia articulación del Universo, me resisto a prescindir del teísmo. Necesito esa atadura. Entre otras cosas porque cada individuo, en el fondo, sigue los dictados de la religión que le tocó vivir. Y, de las monoteístas, todos creen que la suya es la cierta. Tal vez una solución (siempre un inconsistente recurso) sea el panteísmo: un único Dios que se identifica con un único, maravilloso, Universo. Si te miro a los ojos, si miro a los ojos de cualquiera, estoy viendo una partícula de Dios. Los muchos años de convivencia con una religión improntan profundamente. Yo ahora mantengo que no creo ni en el permanganato de potasa, pero cuando me dio el infarto lo primero que hice fue rezar el Señor Mío Jesucristo.

El gusanillo de la representación política, ¿te ha tentado alguna vez?
Nunca. Jamás milité en ningún partido. Pero, coherente con mi ideología, desparramo mi acción política, más o menos claramente expuesta, en mis artículos. Intentando argumentar y evitando los insultos. Con ello no hago sino seguir mi vocación profesoral. Estoy seguro de que puedo hacer más sembrando ideas que entrando en el aborrecible juego de las politiquerías al que unos y otros me han querido llevar. Debo de parecer extraño. Porque en una ciudad tan eclesial, tan pontifical, tan convencional en su conservadurismo de libro yo soy una rara avis. Pero creo que soy coherente y, por lo mismo, de fiar.

¿Y qué hay del arte?
No hay, habría para escribir un libro. El dibujo fue mi primer juego. En mi acercarme a la Arquitectura (que intenté) el interés por el arte fue una obligación. Lo estudié concienzudamente todo. Y al llegar al arte contemporáneo, algo no me cuadraba. Y reaccioné con una burla: haciendo y exponiendo mis propias obras, mis propios “bodrios”; que a mí me divertían, a la mayoría de los sensatos les parecía lo que eran, pura bazofia; y hasta había a quien le gustaban. Pero la burla me atrapó. Y me hizo entender que no todo en el arte contemporáneo es superchería.

Un profundo estudioso de la anatomía humana como tu, ¿puedes decir que conoces al hombre?
La pregunta no es correcta. El hombre se integra en sus dos componentes, cuerpo y espíritu. Porque puedo presumir, presumo de conocer el cuerpo humano con bastante precisión. La mente humana , en cambio, es tan compleja que nadie puede presumir de conocerla a fondo.

¿La humanidad de hoy qué sensaciones te causa?
Contestaré con un manido tópico: nihil novum sub sole. La actual naturaleza humana es como la de siempre, uniforme. Ha planteado en cada época los mismos problemas y requerido, a lo largo de los siglos, las mismas soluciones. Quisiera estar lejos del catastrofismo que la ligereza y puerilidad de los políticos conservadores de hoy hacen presagiar. Que se tranquilicen; a ellos no les será difícil, seguros como están de que Dios, que se ocupa de los pajarillos, no permitirá injusticias. Si ellos claudican en la esperanza, poco confían en Dios.

¿Por qué te resistes a dejar de pensar?
Nunca dejo de pensar. Y soy de los que creen (en contra de lo que piensan otros) que hay pocas cosas tan gratificantes como dar rienda suelta a esa inefable manía de pensar.

La Medicina, ¿ha contribuido en algo a la formación de ese carácter tan particular?

En absoluto. Yo, fiel a mi mismo, no he dejado de tocar con pasión mis violines de Ingres al margen de la medicina. De hecho, siempre he dicho convencido a quien me ha querido oír que lo que en realidad soy es ingeniero industrial, filólogo, matemático frustrado o enredador. En los últimos años escribo cosas. Y que ejercí la medicina como recurso fácil para sacar adelante a mi numerosa prole.




¿Cómo has entendido la Medicina?

Como una profesión especialmente noble, riesgosa (sobre todo para los clientes), agobiante y dura, que ejerces teniendo en tus manos algo tan serio como la salud, la enfermedad, la vida y la muerte de tus semejantes. Una servidumbre y una grandeza sin parangón entre las actividades humanas. Un oficio en el que las satisfacciones que proporciona compensan las inquietudes que conlleva.

Tu faceta asistencial, menos conocida, ¿qué satisfacciones te proporcionó?
Nada de menos conocida. Abiertamente conocida por lo gris e irrelevante. Como cirujano, como traumatólogo y como internista (poseo los tres títulos) pasé (en los años que ejercí) desapercibido. Lejos del prestigio de mis compañeros, los primeros espadas. Tenía que ser así. Porque el que mucho abarca, poco aprieta. Aunque eso no quiere decir que hiciera las cosas mal (alguna haría). Hacía menos cosas. No era un cirujanazo. Ni arriesgaba (y sobre todo, no arriesgaba la vida o la integridad de mis pacientes) aventurándome en intervenciones que no dominaba. Como maniático perfeccionista, era muy consciente de mis limitaciones. De aquí que lo que hacía, lo hacía con primor. Por eso, he podido disfrutar de la placentera emoción de salvar vidas, sanar enfermos y dejar como para enseñar a accidentados que llegaban a mí hechos una pena. Trabajé muchísimo y en muchos sitios.

¿Por ejemplo?


En el primer ambulatorio del Seguro Obligatorio de Enfermedad de la calle de Pollo Martín; en el Sanatorio del 18 de Julio; en todos los Sanatorios privados de Salamanca empezando por el de mi padre con quien inicié mi formación quirúrgica; en el hospitalillo del Dispensario de la Cruz Roja; en la Residencia-Ambulatorio Virgen de la Vega; en el antiguo Hospital Provincial; en el nuevo Hospital Universitario; en la Escuela de Enfermería; y en la vieja Casa de Socorro de la Avenida de Mirat cuya plaza gané en la misma Oposición que los entonces más “listos” de la ciudad ( Jesús Sánchez Bautista, Dámaso Sánchez Vega, Pepe Porras, Fito Núñez, José Mª Beltrán de Heredia -ya desaparecidos- Rafael Sastre y Vicente Moreno de Vega). Tengo muy buenos recuerdos de aquellos agotadores y lejanos tiempos del pluriempleo en los parecía que tuviese el don de la ubicuidad.

¿Por qué crees que tus clases han dejado un recuerdo agradable en prácticamente todos los alumnos que pasaron por ellas?

Eso son ellos lo que deben decirlo. Me imagino que algo ayudó el que yo era lo que ahora llaman “un tío enrrollao”. Desdramatizaba un peñazo como es la Anatomía. Me gustaba bajar de la tarima y compartir la clase con personas que no me temían (como temen los cristianos a Dios) sino que (esa era mi única exigencia) me tuteaban. Si venía a mano, intercalaba divertidos chistes para lo que me daba buena maña. Hacía cosas que nadie hizo antes; como informar a los alumnos que me llamaban por teléfono de sus notas de examen antes de que salieran las calificaciones; o colocar en el tablón de anuncios la lista de los recomendados y recomendantes (que os lo cuente mi querido Manolo, Presidente que fue del Colegio durante muchos años). Corregía con rigurosa justicia (a lo que se prestaba el tipo de examen) tratando por igual a los “del montón” que a los hijos de los amigos, de los compañeros o de los catedráticos. Lo que me trajo malquerencias. Pero gracias a eso, José Ángel García Rodríguez, que era hijo de un señor anónimo de Alba de Tormes sacó la matrícula de honor que se había ganado a cambio de no devolver yo (porque no se la merecía -y las matrículas no eran mías-) la que tenía “aplicada” el vástago de un catedrático que me retiró el saludo. Entenderás ahora, querido Maxi, que con tamañas extravagancias lo que me gané es la fama de “pirao” de la que todavía, gracias a Dios, disfruto. ¡Y que no mejore!

Sé sincero, ¿en algún momento te sentiste víctima del inmovilista sistema universitario?

Sí, en el mismo momento en que (en 1950) accedí a la Universidad. Pero te diré también que en ninguno de los muchos puestos de trabajo que he desempeñado en el pasado siglo me he sentido tan a gusto y fecundo como en el de profesor universitario. Entonces fui feliz. Y hoy, soy feliz donando obras de arte al alma mater que me acogió. Como lo soy al correr un estúpido velo [sí, estúpido, porque debería ser transparente] en lo que toca a los sapos que tragué a costa de lo que tú llamas sistema inmovilista. Paradójicamente, esas pequeñas miserias hicieron más brillante mi prestigio como decente.

Enemigo a ultranza de los formalismos, en los últimos años has vuelto al redil colegial, ¿por qué?

Nunca he estado en ningún redil voluntariamente. Me las arreglé para saltar las porteras. Si ahora, que tengo más tiempo, me dejo ve por el Colegio es por hacer de todo. Por claudicar un poquito ante los convencionalismos sociales de los que siempre me burlé. Aunque tal vez sea porque me divierte que me alegren la oreja quienes, hoy personajes ilustres, fueron mis alumnos.

Respondes con mucha seguridad. ¿Es que te crees muy listo?

No. No me creo muy listo; aunque sí poco tonto. He contado con muchos privilegios (negados a otros) y una gran suerte. Eso hace que me crea, si no muy listo, sí todo lo capaz que he demostrado ser en algunos aspectos de mi largo vivir. De todo lo mucho y bueno de ese vivir, lo mejor tiene un mombre: Carmina Unamuno.

¿Qué balance haces de tu vida?

Aquí me va a venir bien el tópico. He engendrado un montón de hijos, he plantado bastantes árboles (hoy segados en el solar que ocupa el Hotel Meliá Horus edificado en la parcela de la finca de mis padres) y he escrito unos cuantos libros. He ayudado a muchos que me halagan con su lealtad. Cuando, más pronto que tarde, parta a ese sitio recóndito y lejano al que no tengo razones para temer, no me iré de vacío.

¿Tu mayor satisfacción?

La que me dan mis privilegios que, paradójicamente, es la que me sume en el desasosiego cuando pienso en lo injusto del reparto.

¿Tu peor trago?

Ver a Aznar en Las Azores exultante, hinchado de protagonismo, promocionando la más injusta de las guerras (todas lo son).

Si volvieras a empezar ¿qué no repetirías?

Quizás ese empeño desaforado en repoblar la tierra. Pero sólo quizás, y no otra cosa.

¿Cómo te gustaría ser recordado?

Como un humanista que se quedó a la mitad del camino.

¿Y eso, por qué?

Pues porque, como todo el mundo sabe, especialista es el que sabe cada vez más sobre menos hasta llegar a saberlo todo sobre nada, mientras que humanista es quien sabe cada vez menos sobre más y acaba por no saber nada sobre todo.

EL DECÁLOGO

Un libro: Uno y el Universo de Ernesto Sábato

Un disco: Orfeo negro

Una película: Qué bello es vivir

Un plato: Las migas extremeñas

Un defecto: Si sólo fuera uno… te lo diría. Mis hijos dicen que me creo Dios. Pero yo pienso que se pasan.

Una virtud: La obsesión por la justicia distributiva.

Un amigo: Quisiera haberlo sido de Fernando Galán

Un enemigo: Tuve uno de fuste a quien admiraba por su capacidad y fidelidad a la Obra. Por respeto a su ausencia (estará en su cielo) callaré su nombre. Tengo muy pocos otros vivos que me dan categoría como yo se la doy al que nos dejó.

Una religión: Sólo he tenido opción a una (muy misteriosa) que me ha marcado profundamente y con la que ya me peleo cada vez menos.

Un chiste: El delicioso de la princesita y la rana."

De esta entrevista puede deducirse que el titular del blog GNOMÓNICO (un ancianito que no se para en barras) sabe bastante poco de bastante pocas cosas. Y, consciente de esa mediocridad -aunque su desparpajo indique lo contrario- enhebra estas historias y reflexiones pensando sólo en lectores de nivel cultural medio. Si algún "listo" colmado de erudición cae en la tentación de "picar", que sepa a lo que se expone. Y lo haga teniendo a mano una dosis doble de Dogmatil (el mejor antiemético).
[Nada hay que enerve más a un verdadero sabio que las pajas mentales -pura frivolidad- de los diletantes sin escrúpulos]

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

I love your website. It has a lot of great pictures and is very informative.
»

3:45 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home