Dos y dos son cuatro

Temas acerca de todo lo inentendible y lo entendible

luisatounamuna

viernes, enero 26, 2007

POLÍTICA Y CAUSALIDAD

La indignación hace que la secuencia lineal de unos hechos acaecidos por su orden en el tiempo, se me agolpen en la mente como una madeja enmarañada (como un revoltijo) que no veo modo de desenredar. Y eso que todos esos hechos tienen un motivo; una causalidad que los explica y explica su interconexión. Voy a intentar aclararme rememorando vivencias (¿discutibles?) que hilvanaré tratando de evitar la confusión. No me va a ser fácil. Porque, en este relato, se mejen cuestiones tan dispares como mi propia ideología política [obvia en sí misma para los que me leen] ; el papel de la democracia más prepotente del mundo que, estando delante o detrás de todo cuanto ocurre, al final, desencadenó la guerra de Irak; o como el terrorismo nacionalista de los independentistas (ETA); el terrorismo de fondo religioso de los fundamentalistas islámicos (Al Qaeda); el terrorismo fifty-fifty del IRA; y las otras asonadas violentas puntuales de distinto grado que han salpicado el último decenio de la historia mundial. En el rodar posterior de las cosas, cada oveja en relación causal con su pareja. Aquí se explica todo. (¡Ojo! No se justifica nada!). Así, con el horror de las Torres Gemelas, Bush pagó la venganza de Bin Laden frente a una prepotencia que no sólo atacaba a los países de la media luna cuando a mano venía, sino que los subestimaba. Blair sufrió las tarascadas sangrientas de Londres como precio a su papel de comparsa en las Azores. La risita de Aznar, chico de los recados del trío (de los que se las prometían muy felices pretendiendo cambiar sangre por petróleo) costó a España la matanza del 11-m; y, de carambola, el paso del PP a la oposición. ¿Serán sus miembros tan escurridos de sesera como para no entender una causalidad más clara que el agua? ¿O serán tan miserables como decía Acebes de quienes pensasen que no fue ETA? para luego asegurar que sí intervino la banda en un contubernio auspiciado por el PSOE para cambiar el signo de los comicios. Eso (esa bajeza perversa) sí que no hay quien la entienda. ¡Dios qué personal! Aunque tampoco sería muy difícil de entender para los que hubieran vivido el 11M y los siguientes como los vivió quien esto escribe:
Muy mayorito y harto de politiquerías, ya desde mucho antes, había yo decidido no votar. Al escuchar la noticia del atentado (casi en el momento de producirse), seguro de que era una de las canalladas de ETA, compartí mi perplejidad con la idea de persistir en mi abstención en las urnas. Hasta que, a media mañana, al volver mi mujer del mercado, traía la noticia de la posible autoría de los islamistas. Al día siguiente, no me aparté de la radio. Oí a Acebes llamarme “miserable”. Zapeando en emisoras españolas y extranjeras, en cuarenta y ocho horas llegue al convencimiento de quiénes fueron los verdaderos autores: de que se trataba de una venganza de Al Qaeda (o alguna de sus facciones) contra Aznar valedor de la mortífera guerra de Irak. Nadie llamó a mi móvil; ni mis amigos de izquierdas ni mis familiares de derechas, para coaccionarme. Coherente con mi postura de rechazo a esa guerra injusta, opté entonces por sumarme a los comicios del día 14 y votar al PSOE. Y así lo hice. Y así lo hicieron muchísimos como yo con los que nadie contaba. El PP se encontró con una derrota que superaba a su decencia para asumirla; y, a partir de ahí, las piezas de la vergüenza que subsigue encajan con la precisión de teselas en ese gran puzle que pudiera titularse: “La demonización de Zapatero” para la vuelta del PP al poder. Y la causalidad sigue explicándolo todo. ¿Os acordáis de cuando Felipe incluyó a Alfonso en el “dos por el precio de uno”? Pues así fue. Luego (si no antes) sus desavenencias acabaron con la pareja de hecho. En el principio de la historia de José Luis R.Z., la influencia de Guerra hizo ganar por un voto de diferencia a un desconocido “Bambi”, apeando al candidato mejor colocado: Bono. Un político hecho que, en revancha, dio la espalda a R.Z. cuando este le necesitó. Y hace no mucho, Felipe crucifico al Presidente con la martingala de que “no tiene plan B”. En política, como en la vida (una cadena inexorable de causas y efectos), el que la hace la paga.

En la cadena de causas y efectos en que se resume la política, nada responde a una lógica más aplastante que la vergonzosa conducta del PP al fustigar la postura del Presidente del Gobierno respecto a las cuestiones del terrorismo, del alto el fuego anunciado por ETA y de la ruptura unilateral de esa supuesta tregua.
Ciertamente, todos los terrorismos, todos los hechos violentos, son igual de odiosos. Pero ¡ojo! no iguales en la causalidad de sus fundamentos (aunque, a la postre, todos puedan resultar fundamentalistas). Esto hace que sean distintos los colectivos de víctimas inocentes según hayan sido unos u otros los terroristas responsables. Y todo se sigue explicando. Pero aquí, la diferencia está en la connotación política con la que se distingue a esas víctimas. Para el PP sólo tienen categoría de víctimas honorables las causadas por ETA (las abanderadas por Alcaraz); en cambio, a las víctimas del 11m (agrupadas junto a Pilar Manjón) las consideran víctimas espurias (para los extremistas de la derecha, victimas teñidas de un rojo no de sangre sino de política). Y se entiende que piensen así. Porque, los que gobernaban con Aznar están convencidos de que, todavía hoy, seguirían atornillados a la Moncloa si la matanza de la estación de Atocha, en vez de por los vengadores de la guerra de Irak, hubiese sido perpetrada por ETA. Para ellos, [y para todos los que no sean insensatos] las víctimas de los islamitas están en la causalidad que les llevó al infierno de la oposición. Un infierno peor que el de Dante. Una condena que les resulta imposible de soportar. Mirad, todo esto es tan así, que lo que despertó mi indignación, obligándome a escribir este artículo, fue el escuchar precisamente a Pilar Manjón, deshecha en lágrimas, denunciar el acoso de algunos incontrolados descerebrados de la caverna. Los que, no contentándose con garrapatear su casa con pinturas obscenas, la hacen oír las más pérfidas palabras que gritarse puedan: “deja ya de lamentarte ¡puta! que por cuatro muertos de mierda nos habéis llevado a la oposición”. ¿Habrán escuchado esto los obispos que, con su silencio, cohonestan lindezas poco menos burdas emitidas desde donde todos sabéis? En este denostar a las víctimas, en este despreciar y mofarse de los caídos, esa facción ultra de la derecha calca la mezquindad de los etarras cuando brindan con champán francés para festejar la muerte de los que asesinan. Esto sí que es un argumento. Y no la mendacidaz gratuita de quienes siembran la especie del contubernio del 11m, hermanando la conducta de un buen hombre que peca de candor (R.Z.) con el avieso proceder de ETA. Eso sí que es maldad…
Y volvemos a la causalidad. A la que explica la coherencia de Rajoy con su torpe modo de obrar desde que, pasado el 14m (que le cerró las puertas de la Moncloa) vive la congoja agridulce de lo que ahora es su único fin: volver al cielo. Y hace lo que hace (con una agresividad tan ostentosa como su cara de “mal huele”) porque entiende que ese fin sólo será viable si tiene como causa la defenestración del presidente del Gobierno. La demonización de todos y cada uno de los pasos que, con su mejor voluntad (errando alguna vez) ha dado J.L.R.Z. ha sido, y será, la pauta ineludible del registrador gallego si quiere llegar a buen puerto. El primero de esos pasos fue la proa que puso al apoyo de Zapatero a la organización estatutaria de las Autonomías. Se romperá España, decía Rajoy; la Constitución dejará de regir nuestros destinos. No se ha roto nada. Y la Carta Magna, con su horrible redacción del Artículo 2, sigue ahí.
Me estoy imaginando la sonrisa de uno de mis colegas, columnista de este periódico, cuando el jefe del PP bendijo en el preámbulo del Estatuto de Andalucía (autonomía controlada por el PSOE) la afirmación de que dicha comunidad es una realidad nacional. Ver para creer, que decía en su último artículo José Luis Jiménez Lago.

Nuestro presidente, por serlo, se ha visto y se ve necesariamente implicado en cuantos hechos tienen que ver con el terrorismo. Y, como se ha visto, si se tiene en cuenta la actitud de Rajoy desde que el PP pasó a la oposición, sea cual sea la postura de Zapatero, este será despiadadamente criticado.
El hecho de que haya dos grupos de víctimas del terrorismo lleva a que, una manifestación de repulsa antiterrorista promovida por el grupo de Alcaraz se entiende como un espectáculo en el que subyace un mensaje de rechazo a Zapatero; mientras que, no necesariamente, una movilización de masas auspiciada por el grupo de Pilar Manjón ha de conllevar un matiz anti PP. Tan es así, que en la manifestación convocada por las víctimas del 11m y los sindicatos para protestar por la bomba de ETA en la T4 de Barajas, Rajoy, que no se daba por aludido, exigió la inclusión del término libertad en el eslogan de las pancartas como condición para la asistencia del PP. Los convocantes aceptaron la exigencia; y Rajoy, con su ausencia, demostró lo que es. Y puso una vez más en evidencia que no le importa poner en un plato de la balanza la sangre de las víctimas caídas y en el otro el electoralismo de los votos al caer. Es decir, la más soez de las vergüenzas de un comportamiento político.
En el mundo hubo siempre facciones de terroristas de uno u otro signo. Pero no ha habido ninguna estrategia eficaz contra el terror que no pasase por comerse el sapo del diálogo entre el poder legalmente constituido y representantes de los asesinos. Ahí está el elocuente caso del Ulster (con bombas intercaladas incluidas). Mirándose es ese espejo, Aznar optó por la misma táctica que ahora intenta Zapatero; sin que ninguno de sus serviles ministros apuntase la menor reticencia contra la decisión de su “señorito”. Pero, hay que ver qué cosas terribles [que viene de terror] ha dicho Rajoy de Zapatero porque este ha albergado la misma esperanza que motivó al expresidente ultraconservador. Recordad que el éxito del Ulster se logró también tras la andadura de varios presidentes.
Personalmente, desconfiando de los descerebrados de ETA hasta el infinito, esa esperanza era para mí infinitesimal. Pero, aún así, creí, y creo, que la obligación del presidente era, y sigue siendo, jugar esa baza.
Por desgracia la bomba de Barajas acabó con la discutida tregua. Y dio paso a los malévolos comentarios del PP a propósito del lapsus de Zapatero cuando este tildó de accidente (a micrófono cerrado) el terrible suceso. (Ya conocéis la sucia manera de la difusión de ese dato).Y, pienso yo: a lo mejor no fue un lapsus. Y lo creo así porque argumento con la única arma que manejo: el lenguaje. ¿O no es mejor la verdad del recto decir que el falso trágala de lo políticamente correcto? Porque, lo relevante del atentado de la T-4 (lo que le hace distinto de los otros muchos de ETA en los últimos tres años) es que dos personas en la flor de la vida murieron. Los jueces saben bien que no fueron asesinados. ETA preavisó con la antelación habitual en un intento, fracasado, de evitar muertes. Los altavoces difundieron que la bomba estallaría y a qué hora. El parking fue desalojado. Pero los jóvenes, profundamente dormidos en sus vehículos, no oyeron el aviso. Cabe aceptar, entonces, que el episodio de los dos ecuatorianos fue, desgraciadamente, accidental. Lo que no quita ni un ápice a la gravedad del atentado. Un hecho odioso, intencionalmente provocado, de cuyas mortíferas consecuencias posibles eran muy conscientes los etarras.
Ojalá que esta sea no una bomba más de la cadena del terror sino la última bomba (la última violencia) de la banda. Que a Rajoy, el lenguaraz, si alguna vez llega a la Moncloa, ya no le pongan bombas. Aunque los miopes no lo vean, en conseguirlo es en lo que está precisamente empeñado Zapatero.